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Música

Radiografía a la 'Blasfemia' de Guanaco

Con hip hop y música de cantina, este rapero ecuatoriano musicaliza una ceremonia de curación, exorcismo y nostalgia.

Foto por Ferri Caicedo.

Cada vez que el rap se funde con la rockola, el pueblo suda por los poros esa mezcla criolla de su sangre. El pop se apaga por un rato y una botella de licor de caña se riega sobre el pavimento. No importa cuántas veces se repita la fórmula: cuando alguien revuelve lo tradicional con lo moderno, levanta el pellejo de la calle y permite que de ella salgan historias urbanas escondidas. Juntar el rap con la música de cantina es jugar con fuego y sacar “el Jesús por la boca” con todos los diablos juntos, pero también es unir dos naturalezas urbanas para contar historias en rima. Una poción práctica y contundente para el desahogo. Blasfemia emerge como una oda a ese mestizaje bastardo que Juan Pablo Cobo, mejor conocido como Guanaco MC, vivió con obstinación desde que jugaba en las veredas del barrio Juan Benigno Vela en Ambato, Ecuador. En el taller de su padre, en el cuarto de su abuela o en las fiestas, las notas del bolero rockolero sonaron tanto que se albergaron en las células de Guanaco. Ahí se quedaron, maduraron y en un momento de desespero del rapero, en el que no sabía qué caminos seguir en su vida personal y profesional, salieron con fuerza para recontaminar su alma con el virus de esa música. Se transformó en promesa hacer de su sonido un pecado capital, en son de expiarse y aplacar la pena que le espinaba las sienes. Y en un momento, en el 2015, todo encajó y dio sentido al ritual que vendría con el disco, pues al sentarse a componerlo se volvió una ceremonia de espiritismo y reencuentro con un pasado que le permitió llegar construir su futuro. Guanaco tiene un largo historial en la música ecuatoriana: más de veinte años de hacer lírica fugaz y enfrentarse al público desde las entrañas del hip hop, el reggae e incluso el metal. Nació y creció en Ambato, tierra de flores y frutas ubicada en el centro de Ecuador. Pero su imagen se ha construido sobre la cruda cara de una serranía desvalorada, donde el basuco abunda en las esquinas y el smog atufa la consciencia de las ciudades. Así, entre los 80 y 90, caminó en medio de la bulla de los buses y los vendedores ambulantes, típicos de un país del tercer mundo, al tiempo que convivía con sus padres y abuelos escuchando la música criolla que luego lo salvaría. Un camino que lo llevó a ser una de las caras más visibles del hip hop de Ecuador para América Latina, inevitable embajador del rap local le guste a quien le guste.

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El guanaco, un pequeño camélido de América del Sur que se extinguió en Ecuador, se volvió su tótem, su alterego musical escupidor de palabras. Juan desechó la idea de ser otra cosa que no fuera dedicarse de entero a la música y escribir sus canciones a pulso. En los últimos diez años se volvió Guanaco MC y sacó tres discos que versaron entre la oscuridad de la calle y el brillo de un pop bien maquetado. “Aún en este punto, no sé si vale hacer todo esto, pero lo hago”, reflexiona Guanaco acerca de la recaída al vicio de crear música por supervivencia, minutos antes de salir al escenario para lanzar Blasfemia en el Teatro México de Quito.

Este nuevo álbum llega en ese momento en que el rapero está grande y ha aprendido a espantar a sus demonios y enemigos. Blasfemia es performance y sanación. Un proyecto cargado de caprichos, elaborado con canciones muy íntimas y una composición envuelta en el suero del mestizaje de la ciudad andina. Si alguien no sabe a qué evoca el requinto o el órgano tétrico de la rockola, no entenderá por qué la gente escucha música para chupar y llorar cantando, o por qué esa melancolía heredada de siglos llama a tantos séquitos y hace mover las tripas. Guanaco quiso retratar ese sentir tradicional en un disco, añejándolo con su propia necesidad de sanarse a punta de llanto y canto. Para vacilarlo a su gusto, este material aparece en físico sólo como vinilo y las canciones suenan como una gran pista única que devela la vida, el sufrimiento y la pasión del rapero ambateño. Su creación está llena de detallitos. Su tropa, compuesta por sus dos productores predilectos Edgar García y Xavier Muller y por su esposa y manager Belén Lara, vendió el disco en preventa, se rompió el lomo para prensarlo y traerlo de Europa, y se sacó la madre por crear un concepto solemne tanto para su portada como para sus adentros. Por ejemplo, quienes diseñaron la carátula fueron los CXMR (Cosmorama), un colectivo de tres artistas urbanos de Riobamba que le metieron su onda para dar hilo al concepto primal de ceremonia ritual. De entrada, se observa tras el nombre la escultura pagana de un camélido envuelto en una unión mística con el poder de una serpiente roja. Y, por dentro del disco, emergen los tres símbolos que dan figura al sentir del protagonista: la calavera, el corazón y la sábila. Desde lo visual, aún sin haber escuchado la música, empezamos a sospechar en qué nos estamos metiendo.

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Esos íconos se repetirán como metáforas en las canciones e incluso en los videoclips. Guanaco refuerza sus significaciones para darles un sentido dentro de su propia vivencia. Entonces, la calavera, que ha sido representante de lo obscuro y lo desconocido de la muerte, se convierte también en un significante de igualdad humana: “de dónde venimos y a dónde vamos”, dice el rapero. De la misma forma, el corazón, símbolo universal de pasión y lujuria, se siente como la pequeña máquina que hace girar al mundo. Y la sábila es un ícono de sanación.

Los diez temas del LP están conectados por un cordón que es en realidad la línea narrativa de su vida. Una canción se conecta con la siguiente, intentando provocar una experiencia ritual al escuchar el disco entero. Entre humo y yerbas, también habitan pasillos y danzantes, voces de locutores de radio y medallitas de santos. Las canciones transcurren en medio de una ceremonia personal de desahogo, mientras se comparte con la naturaleza a lo largo de la curación. “Fue una liberación, casi como un tumor que tenía que salir de mi cuerpo para poder seguir avanzando”, diría guanaco en una reflexión de su ceremonia. Componer cada tema, le significó una extirpación casi quirúrgica de pensamientos y sentimientos destructivos. Foto por Ferri Caicedo.

Las líricas de

Blasfemia

transitan por temas que también estuvieron presentes en su anterior disco,

Raíz

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(2013), pero ponen pie a fondo en el embrague para pulsar las penas, las reflexiones sobre los amigos, la familia, la creencias, la vida… la muerte. Se ve por ejemplo en temas como "La historia de Juan", donde la tradición se funde entre lo pagano y lo sagrado en esos rituales criollos de América Latina que hacen morir la pureza cuando lo divino le reza un padre nuestro a lo esotérico. Porque en Ecuador, una tierra donde el catolicismo está metido hasta en las medias, los que van a misa también ponen a sus hijos pulseritas rojas para evitar el mal de ojo; y a nadie le importa que el San Gonzalito, deidad católica de Ambato, tenga su pasado tránfugo con la brujería y lo cuelgan en la puerta junto a una mata de sábila.

Estas reflexiones sobre aquello que lo rodea, también se ven en "Jamás regresarán" donde Guanaco, con la complicidad de los más bacanes de la rockola nacional, entre ellos Roberto Calero y Marylu Muylema, embiste situaciones que rebosan lo cruel y la tragedia. Allí, Muylema, pieza clave del nuevo sonido rockolero quiteño, con su voz sobre un teclado llorón habla –o gime- de los amigos que se van, a partir de un recuerdo de la vida de barrio del rapero. El tema trata de revivir por un instante los momentos con esos amigos y vecinos que al final del día terminan siendo hermanos: "

En la vida somos gotas, pero juntos somos lluvia…",

reza la canción.

“Pese a que es un disco bastante oscuro, el mensaje en el fondo es bueno, así como mostrar que llorar también es bueno”, dice Guanaco. Pero por detrás y de formas muy visibles transita el beat sabroso de un hip hop latino con la fuerza de la época dorada de los años noventa. Se acompaña de instrumentos imprescindibles como las percusiones en manos de un lojano, Daniel Luzuriaga (Loja, tierra de músicos innatos), y del requinto interpretado por el famoso Vinicio Muñoz, quien da el color criollo a punta de rapidez y brillo dramático. En esa música hace sentido aquella serpiente roja que estrangula al mamífero sin remedio y da cuenta, también, del mestizaje y el origen del hip hop construido sobre los Andes.

Foto por Xavier Muller.

Quién diría que con esos elementos se podría expulsar la ira y el desencanto. Que con 500 copias de un disco que supuestamente no iba a salir, se liberaría una fuerza que, como gas rojo, llegaría aún más lejos que sus otras placas. Las fiestas familiares durante la infancia de Juan Pablo, dejaron un soundtrack permanente que cobija el criollismo sonoro de toda una generación. La sanación deja en Guanaco lugar para el respiro, cercano al gozo de los del medio, los que están lejos de sentirse blancos o indígenas y transitan la ciudad sin contar a nadie sus penas. Guanaco canta líneas que son muy suyas, pero también pueden contar la historia de un hombre ambateño cualquiera que hace tiempo migró a Quito y acompaña su soledad en el turno de la noche con el locutor de la radio mientras cuida un edificio o maneja un taxi o besa a una mujer que no le corresponde.

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Para estar pendientes de las próximas blasfemias de Guanaco entren por aquí.