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Música

La leyenda de Jacobo y su malamaña

Detrás de la mitología del Callegüeso, está también la historia de un maestro de la nueva música colombiana.

Después de liderar durante casi 10 años a La Mojarra Eléctrica, aquella banda que desde principios de este milenio se arriesgó a contagiar, a punta de música tradicional del caribe y el pacífico colombiano fusionada con elementos urbanos de funk, jazz, timba y hip hop, a toda una generación de creadores y bailadores locales, hoy resurge con La Mambanegra, una briosa banda de "afrolatin funk", según él, que se vende con el eslogan más cargado de la region, "770.000 toneladas cúbicas de música latina", y hoy lanza su primer trabajo discográfico: El Callegüeso y su malamaña.

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Jacobo Vélez dice que su tatarabuela, proveniente de África, marcó su fascinación por la cultura negra. Que su tatarabuelo andaba en burro con mujer y violín a cuestas dando serenatas. Que su abuelo, Pacho Vélez, se iba tres días de rumba con el Mono Núñez tocando bambucos. Que su mamá estudió violín cuando pequeña y que su papá, Fernando Vélez, perteneció al parche de Caliwood y junto a Luis Ospina y Carlos Mayolo fue quien hizo la fotografía a blanco y negro del clásico falso documental "Agarrando Pueblo".

Nació en Bogotá pero se crió en Cali. A los veintiún años se inició en la santería. Vivió en La Habana y Barcelona, aunque se considera simplemente parte del sistema solar. A él, sin duda uno de los maestros musicales más jóvenes (tiene 39) e influyentes de la nueva música colombiana en los últimos quince años, lo rechazaron del conservatorio y de la Universidad del Valle cuando decidió estudiar música. Finalmente entró a la Academia Valdiri, en Cali, junto con Tomás Correa su compañero de infancia, con quien más adelante cocinaría los ingredientes de su innovadora Mojarra Eléctrica. Tenía quince años. A los dieciséis recuerda haber perseguido al maestro Hugo Candelario, cabeza del Grupo Bahía y puente clave entre la música del Pacífico profundo y la ciudad, para montar un bullerengue. Con esa excusa se creó una amistad que aún se mantiene.De la Sultana salió con rumbo a Cuba para aprender de los maestros. Corría el año 1998.

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Lo recuerda Pedro Ojeda, percusionistas bravo, cabeza de Romperayo y co-fundador de Los Pirañas: "Yo conocí a Jacobo en Cuba. Allá había mucho músico colombiano como Lucho Gaitán, Samir Aldana, la gente de Puerto Candelaria… y Jacobo tenía ya un acercamiento con la música del atlántico, había mucha cumbia y jazz latino en su cabeza. Tocaba mucho funk en la guitarra, tocaba mucho saxofón y me mostraba cada rato sus composiciones, que en ese entonces eran muy influenciadas por Irakere, la banda de jazz cubano".

A su regreso de la isla, Vélez volvió con la idea de montar un proyecto de música tradicional afrocolombiana, como currulaos, cumbias y chirimías, con elementos de jazz y funk. Entonces volvió a buscar a Candelario y conoció a Jaime Henao, pianista de Guayacán. Y así es como estos dos maestros, quizás sin ser del todo conscientes de ello, contribuyeron a crear un monstruo tropical, lejos de una educación formal y más bien cerca de la escuela de la calle.

Jacobo pasó por Bogotá a los catorce para ver a Manu Chao y volvió a los 18 para una cátedra de jazz con el maestro Eddy Martinez, pianista de Mongo Santamaría y arreglista de La Fania All Stars. Las visitas siempre parecían vacaciones, hasta que un día, estando en Cali, recibió una llamada de un músico amigo suyo: "Ve, necesitamos un reemplazo porque vamos a tocar en un festival de jazz y el saxofonista se fue. ¿Por qué no caés a Bogotá y nos das una manito?".

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Jacobo aceptó la invitación y se quedó doce años en la capital.

Paralelo a ese universo de jazz, Jacobo quiso tomarse las calles y tocar música tradicional. Al principio, tres solados lo acompañaron en esta gesta por el centro de Bogotá: Richard Arnedo, percusionista, luego director de La Mákina del Karibe; Julian Esteban Chávez, fundador de Calambuco; y Tomás Correa, con quien Jacobo montaría su Mojarra. La voz se corrió y pronto se sumaron más músicos y a darle. Gente de bandas fundacionales de aquel entonces, de La Revuelta, de Curupira, Pernett, Tumbacatre, y casi cualquier músico curioso que transitara por las calles del centro con ganas de pegarle, era bienvenido a sumarse al jam. El experimento cogió nombre, dicen algunos, del acto de tocar a cambio de dinero para pagarse el pescadito del almuerzo. "Mojarriar", le decían entonces. Pronto el parche fue bautizado como "La mojarra frita" y cuando esa música tradicional y de esquina, con alma de viejo y corazón joven, comenzó a fusionarse con guitarras y bajos eléctricos, nació La Mojarra Eléctrica. Un grupo que, siguiendo los pasos de otros como Curupira, se consolidó como un hito fundacional dentro de la llamada nueva música colombiana.

"Jacobo es súper importante porque llega con un sentido de la música en el que se encuentran la costa caribe y la costa pacífica a hacer música en la capital con un toque urbano. Es impresionante". Así describe otro maestro, Pernett, el aporte de Vélez a la música local. Desde sus inicios, en el año 2000, la época de "mojarriar" duró cerca de cinco años. Las bandas que se formaron en torno a esta movida tocaban también en bares como Quiebra Canto, en el centro de Bogotá, y Son Cabaret, en pleno corazón de Chapinero. Fue, sin duda, un movimiento seminal.

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Con La Mojarra Eléctrica, Jacobo grabó tres discos en nueve años: Calle 19 (2003), Raza (2006) y Poder para la gente (2011). Tres discos que sirvieron para despertar entre las nuevas generaciones urbanas y alternativas un interés genuino por las músicas de las costas colombianas. Tres discos que sirvieron para correr la voz sobre una nueva generación de música hecha en estas tierras en lugares comoLondres, Shangai, Ecuador y México, donde estuvieron de gira. Según Pedro Ojeda, los comienzos de La Mojarra traían un repertorio basado en el folclor del pacífico y el atlántico, un sonido de jazz marcado en la improvisación y la descarga, con guitarra y bajo eléctricos pero sin batería, un folclor sucio y muy urbano. En el segundo disco el formato entra en su etapa de sofisticación, aparecen la batería y el piano y las adaptaciones de letras al repertorio hacen que el sonido ya no se concentre sólo en lo instrumental. Para el tercero, la complejidad en las composiciones de Jacobo crece, entra el afrobeat, se evidencia la timba y las canciones, a la Blades, se hicieron más contestatarias.

La Mojarra Eléctrica fue siempre un fenómeno all star, por donde pasaron personajes de Choc Quib Town, Dino Manuelle, vocalista de Rancho Aparte, músicos de bandas como Tumbacatre y Curupira. Gentes de oficio que tocaban sin mayores pretensiones, sin desear la fama, sin querer pegar. Más como una apuesta independiente, cercana a la tripa del público y de la calle. Más como un manifiesto generacional. A principios de esta década, sin embargo, aquel monstruo musical entró en desgaste. "Una ruptura fuerte, aunque no parezca", según el propio Vélez. Un divorcio que, quizás, también lo obligó a abandonar la capital para regresar a Cali y reencontrarse con su raíz musical.

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"Hablo de Bogotá y se me llena el corazón de nostalgia y de alegría porque es donde pude darme el lujo de cocinar música como me dio la puta gana", dice él, recordando aquellos años de pescado, calle y nueva sangre musical.

"Fue maravilloso".

Nueva escuela, que llaman.

En ese proceso de repatriar su alma a la sucursal del cielo, Jacobo fue invitado a cerrar el Festival Iberoamericano de Teatro de 2012. Para ese evento, reunió entonces a músicos de grupos como La 33, Sidestepper, Maria Mulata, South People y La Mojarra Eléctrica con un libreto sensato. El concierto duró una hora y media y el combo tocó cinco canciones: dos estándares del Pacífico colombiano, dos temas del legendario James Brown y "Puro Potenkem", una pieza original. Y lo que en medio de esa noche bogotana se apareció como un monstruo musical efímero, es hoy una bestia de música afrolatina llamada El Callegüeso y la Mambanegra.

Dice César Herrera, mánager de Rancho Aparte y quien ha abrazado a Jacobo en la Sultana del Valle, que detrás del regreso de su amigo a Cali estaba su deseo de tocar salsa. Además venía impulsado por la historia de su bisabuelo: Tomás Rentería, el Callegüeso. Acerca de este este personaje, Jacobo cuenta la historia que le gusta contar, una serie de sucesos que oscilan entre la realidad y la ficción, que incluyen a su ancestro, un mulato del Barrio Obrero que partió en los años 30 del Puerto de Buenaventura rumbo a Nueva York dispuesto a montar una orquesta de música latina. La historia de un polizón a quien tiraron en aguas cubanas, donde casi muere ahogado, pero que contó con la suerte de ser rescatado por un babalawo, un sacerdote Yoruba que le salvó la vida y lo dotó de poderes sobrenaturales. En esta historia entra también el legendario percusionista Chano Pozo, quien le regaló al recién bautizado Callegüeso una flauta traversa forjada en África y que lleva por nombre La Mambanegra, que a su vez es el nombre de la orquesta que finalmente monta a su llegada a Nueva York en los años 40.

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El mito del Callegüeso y la Mambanegra se construye a través de Julia Díaz, junto con Jacobo, actual cantante de La Mambanegra, quien junto a otra cantidad de músicos y amigos del combo, entre ellos Tostao de ChocQuibTown, habían escuchado del curioso personaje desde su niñez. Así pues, se crea una historia a partir de la investigación periodística de Julia, y Vélez decide retomar el rumbo de su ancestro, revivir su aliento y desafiar al diablo y a la muerte a punta de guaguancó, venena y tumbao.

Hablamos con él sobre esta nueva etapa que se consolida con el nacimiento de su primer crío musical que acaba de lanzar.

¿En qué se parece Jacobo al Callegüeso?

Jacobo Vélez: Los dos somos rumberos, mujeriegos, cuando decimos mentiras las mentiras se convierten en verdad, y nuestra religión, nuestro camino espiritual, es la música. Eso es lo que nos hace levantarnos todos los días por la mañana y nos permite seguir acechando, cazando. Poder contar historias. Ese es el común que tenemos, además de la sangre que es la misma.

Si la Mambanegra como orquesta fuera un animal, ¿qué animal sería?

Es un animal peligroso, territorial, agresivo y con mucho veneno. Letal. Cuando yo digo que una música tiene veneno es porque tiene una descarga muy brava. Cuando yo digo que una banda es agresiva, no es porque insulte al público, es porque muestra una potencia ni la hijueputa. Todo es doble, todo en el universo tiene dos lados que se contradicen y se encuentran.

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¿Cuál es el ritual de Jacobo para convertirse en el Callegüeso, qué es lo primero que siente cuando se coloca su sombrero?

No les puedo decir qué hago antes de un concierto porque es un secreto, pero después de que hago eso me visto totalmente de blanco, de los pies a la cabeza y finalmente me pongo el sombrero, cuando me pongo el sombrero ya el mood cambia, soy el Callegüeso y ya ni siquiera te puedo hablar. Si querés que te hable como un Callegüeso me toca ponerme el sombrero y ponerme en ese mood. Es una experiencia, es energía, es potencia, es una cosa como una electricidad en las venas que no te puedo explicar.

El disco trae salsa hardcore, callejera, aletosa, picante. Trae el fetichismo de la salsa setentera, mucha Fania, Los Van Van de Cuba, descargas de latin jazz, el funk de James Brown, en fin… El disco automáticamente transporta a tres escenarios que serían Cali, Cuba y Nueva York. ¿Por qué sobresalen tanto estos tres lugares?

Yo pondría a Jamaica ahí también. Jamaica, Cali, Cuba y Nueva York, han sido unos calderos donde la música se ha cocinado de una manera formidable. Se me quedan otras cosas por fuera, pero para mí, mis gustos musicales se encuentran y ahí es donde encuentro mis conexiones. La fuerza de gravedad es la salsa neoyorkina de los años setenta y de ahí orbitan Jamaica, la música cubana y la música caleña. Pero también el funk de James Brown y de Maceo Parker, ahí incluso orbita el hip hop, que no soy un gran conocedor, pero que me gusta. Pero definitivamente, el núcleo de ese planeta se llama África. La mama África.

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El disco también parece, en algunos momentos, un homenaje, un agradecimiento y un tributo. ¿A qué?

Precisamente es un tributo a los ancestros, a África. El disco está dedicado a Eddy Martínez, a los santos, a Changó, a Yemayá, y es un tributo al bisabuelo, el Callegüeso y su Mambanegra, a la memoria en general. Eso es básicamente. Todos deberíamos poder conseguirnos una Mambanegra que nos devuelva la memoria para saber de dónde venimos, para saber dónde estamos parados y para poder saber para dónde vamos.

Se nota la madurez musical de un Jacobo Vélez adicto y conocedor de la música tropical. ¿Cómo es ese manejo de ingredientes en tu cocina personal?

Yo diría que soy más adicto a la música africana. Realmente el núcleo de ese planeta que es la salsa neoyorkina de los años setenta, es la mama África. En ese cocinado siempre tiene que haber esa leche de coco, ese sancocho trifásico, tiene que haber la influencia árabe, el funk, tiene que estar Jamaica presente, así no suene a Bob Marley. Rubén Blades también está en esa cocina. Maelo. Héctor Lavoe. Willie Colón. Niche. Guayacán. El Pacífico. Pero África es el ingrediente principal, es la base de todo. Ahí se cocina la vaina.

El disco se llama El Callegüeso y su Malamaña . ¿Cuál es la "mala maña"?

Esa mala maña de la que yo hablo es en realidad lo que toca asumir en una sociedad donde para que vos puedas ser feliz, tenés que tener dinero. No estoy diciendo que eso sea lo que tiene que ser, pero así es como tenemos que vivir. Todo es un negocio, el valor más importante del mundo es el dinero, por encima de la ética, de la estética, incluso de la vida humana y de la vida del planeta. Eso es una mala maña ni la hijueputa que tenemos como humanidad. La mala maña mía es lograr sortear y seguir vivo contando una historia, poder contar mi historia y ser feliz a partir de esa historia. La mala maña de otros es, por ejemplo, hacer una guerra para tener poder y matar niños para poder tener territorios con petróleo. La mala maña es una actitud que tenemos todos.

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¿Para quién crees que es este disco: para amateurs, conocedores, fetichistas?

No creo que sea yo el indicado para responder eso. Creo que esto simplemente lo lanzo al agua. No puedo subestimar a un público que oye música comercial, me parecería una falta de respeto, y tampoco quiero decir que esto es un disco joya o de coleccionistas y sólo para intelectuales porque no creo que sea cierto. Esto es para la gente, desde el man multimillonario atroz y asesino hasta para la persona más humilde y complaciente. Para la gente, para el que quiera, mejor dicho. Esto es amor pa' que la gente sea feliz.

¿Por qué catalogas el trabajo como 'break salsa'?

Porque es un quiebre. Pero también diría que es mombazú o que es afro latin funk. En realidad no diría que es salsa, yo diría que es música latina con elementos de músicas afro descendientes como el funk y la música jamaiquina. A mí no me gusta etiquetar las cosas, uno etiqueta las cosas para venderse, y esa es una razón: se le pone break salsa para poderle dar un espacio. Estoy de acuerdo con ese nombre, pero diría yo que cada canción parece un estilo diferente. Decir que todo eso es 'break salsa' sería como encasillarlo.

Canción por Canción
"El Callegüeso y su Malamaña", por Jacobo Vélez Si lo suyo es la música cargada de veneno, con mezclas picantes y peligrosas, entonces dele play y replay a este menjurje de pura salsa caliente mientras lee las historias detrás de las canciones contadas por su autor.

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Puro Potenkem
Este tema lo hago en Bogotá ya desvinculado de La Mojarra. Ahí tocan el gran Denilson Ibargüen, músico de Guayacán y el grupo Niche, y la trompetista holandesa Maité Hontelé.

El sabor de la guayaba
Originalmente era una canción compuesta para una chica que me rompió el corazón, pero entonces me dio piedra, le cambié la letra y se la dediqué a un taxista que se llama Lulo, que me llevó a conocer a mi bisabuelo en el Barrio Obrero de Cali. Aquí está invitado Santiago Giménez, un maestro espiritual para mí y un gran guitarrista que pone sus melodías al servicio de María Mulata.

Cantaré para vos
Es una canción que le hice a esa chica que me rompió el corazón y en esta sí ya no me dio piedra sino que se la dejé así. Yo diría que la forma y la letra son muy Kelvis Ochoa, esa nuevísima trova cubana es una gran influencia en este tema y en muchas cosas de las que he compuesto. Aquí toca el gran maestro Eddy Martínez (leyenda viva del latin jazz, pianista de Mongo Santamaría), con el que fue un honor trabajar.

La compostura
Es una canción dedicada a la muerte y también a los políticos corruptos y a los que producen muerte. El poderoso manda al pueblo a matarse, hermano con hermano, hermana con hermana. Aquí la trompeta está a cargo del gran Edgardo Manuel, trombonista de Niche.

La Fokin Bomba
Es un tema basado en una canción de James Brown y en un documental que me encantó que se llama Soul Power. Esa canción me llenó mucho, le involucro desde James Brown hasta Noro Morales, y también elementos del ragga muffin. Aquí repitió Santiago Giménez en la guitarra.

El Blues de Yemayá
Esta canción se la hago a Julia Díaz. Ella estaba en la Habana y cuando me cuenta todas esas historias de la capital cubana, como que queda uno muy tocado, y decido hacerle esta canción. Yemayá es una deidad de la religión Yoruba a la que quiero mucho y que siento que tiene que ver conmigo. Mi hermana es hija de Yemayá, y yo siento que es algo así como mi madre en la religión Yoruba. Aquí toca Yasek Manzano un tremendo músico cubano.

Kool and the mamba
Es una canción basada en la banda de soul, funk y disco estadounidense Kool and the gang. Es básicamente mi versión de su canción llamada Celebration pero desde el punto de vista latino. Esta canción la mezcló Toño Castillo, que para mi es una especie de invitado musical.

Me parece perfecto
Es un homenaje al maestro Wilson Viveros y es la excusa perfecta para mostrar a los improvisadores que tengo en la banda y que son increíbles. Aquí colabora el increíble percusionista Chinito Escobar.

El Malembe
Es una canción que hace mi bisabuelo y son unas partituras que él me entrega, cuando me lo reencuentro, en el barrio obrero y gracias a esas partituras saco esta canción. Aquí Wilson Viveros es el encargado de toda la percusión.

Barrio Caliente
Está basada en la obra de teatro de mi tío Diego Velez, que se llama: De rosa a rojo, y ademàs es el homenaje al cine caleño, a mi papá Fernando Velez, a Luis Ospina y a Carlos Mayolo. Aquí el maestro del tres cubano Jorge Huertas hace de las suyas.

Le puede seguir la pista a la venenosa Mambanegra por aquí, en Twitter por acá y en su página web aquí no más.

Sebastián, el autor de este texto, dice poder bailarse todo lo anterior en sola baldosa. Rétenlo en @esenarvaez.