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Música

La danza de los skins: Así se vivió la primera edición del Unity Fest

Estuvimos en la primera edición del Unity Fest en medio de tatuajes sudoros, cabezas rapadas, tufillo a licor barato y punteras vueltas mierda.

El ruido de los cables conectándose al amplificador, ese chasquido crujiente y anticipador, interrumpió el ska jamaiquino que calentaba al Teatro Metropol ese 15 de agosto. La velocidad pausada de este ritmo y ese ruido de grabación antigua fueron reemplazados por el bramido de una guitarra, los golpes secos de una batería, las líneas potentes de un bajo y los alaridos de un tipo en sisa de la blue rain que daba la bienvenida. Urban Noise, banda bogotana, estaba en casa.

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El público, que apenas empezaba a hacer tumulto en el lugar, levantó los brazos como en coreografía. Una vez arriba, y en varios momentos durante la canción, todos aplaudieron dos veces y enseguida abrieron los brazos, emitiendo un grito hooligan de estadio que hacía eco en el lugar: "¡Oi! ¡Oi! ¡Oi!". Aquel grito de los Cockney Rejects del último año de los setenta era invocado nuevamente por los skinheads bogotanos. Los niños estaban unidos y su agasajo, el Unity Fest, había comenzado. El festival debía juntar escenas: la del psychobilly, los hardcoreros, los punkeros y los cabezas rapadas. Quizás fueron estas últimas dos tribus las que realmente hicieron presencia, aunque bandas de psycho como Salidos de la Cripta y Cowboys from Hell siguieron confirmando su potencia sobre el escenario.

Fue una noche de descontrol y de placentera pernicia bajo la ley de los rude boys. Las botas bien lustradas, las camisas de cuadros, las tirantas y los tatuajes de gran formato se tomaron la pista: por el fútbol, contra el fascismo, por la música, por la unión, por la causa, por lo que fuera. La cerveza volaba por el aire, las manos buscaban con desespero un litro de Eduardo III que rotaba entre el público. El flequillo de las chicas se despeinaba y las calvas empezaban a brillar con el sudor de la euforia. Carl Jahier, ese francés canoso de ojos claros y cantante de la mítica banda de oi! de los ochenta Komintern Sect, que se presentaría más tarde, se paseaba curioso entre el público, brindando con quien le brindara y retratándose con cualquiera que se acercara a demostrarle admiración.

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Los ánimos no paraban de subir y los peruanos de Sangre Dorada supieron ganarse al público colombiano y dar un show desgarrado, cumpliendo con todo lo que es una banda con letras de clase y de inconformidad. La canadiense Jenny Woo se enfrentó al escenario con su guitarra y su suerte de Oi! Folk, dando paso a un entretiempo y a que otro tono diera tregua a la potencia que arrojaba el lugar. Calma que fue luego quebrantada por Lions Law, quienes rugieron y reventaron el lugar. La banda parisina conformada por antiguos integrantes de Komintern Sect, StreetKids, Maraboots y Burning Heads armó un pogo desenfrenado. Uno de los momentos con más fuerza de toda la noche.

Y cuando ya todo el lugar estaba impregnado por el olor a cerveza, varias camisetas se agitaban en el aire y la temperatura del lugar había subido hasta confrontar el frío bogotano, irrumpió Komintern Sect a dar clases de imponencia, de esa misma que caracteriza a las bandas con historia. El desenlace fue pura elegancia.

Aquí les dejamos un registro del combate.

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