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Música

Después del Fin del Mundo: Vida, muerte y resurrección de Resina Lalá

Hace más de dos años, una de las bandas más inflamables de Colombia se quemó sin dejar cadáver. ¿Qué fue de sus miembros y en qué andan ahora?

Archi, Crip, Champi, Chevy e Íx. Resina Lalá. Llegamos sin saludar, nos fuimos sin despedirnos. Así es cuando la fiesta no da más. Sales, última bocanada de humo y te vas. No siempre dices adiós con un beso en la mejilla, ¿sabes?… igual te los vas a encontrar luego, en otra noche. Y vuelves y naces otra vez… Esta es la historia de la vida, la muerte y la resurrección de Resina Lalá, contada por uno de sus integrantes. ***

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Corría el año de 2007 y recién estábamos empezando la universidad. Ya dábamos serias muestras de intransigencia, o más bien de necedad sin fundamento, porque no éramos políticos en el sentido estricto de la palabra, éramos más bien incrédulos con ganas de provocar y de prender fuego. En serio, éramos inflamables en todo sentido, perseguíamos la euforia, la añorábamos e íbamos a exponerlo todo para conseguirla. El mundo para nosotros era estar en la calle tomando y fumando, besando y bailando pasitos insólitos y saltos epilépticos por cada rincón medio oscuro que hubiera en Bogotá. Estas sesiones eran hasta el desmayo, porque teníamos la firme creencia de que nuestros cuerpos eran material de desgaste y que mientras ese rayo de juventud durara debíamos arriesgarlo todo. Éramos raros, medio amanerados, andróginos, vestíamos de colores, rasgábamos nuestras camisetas y pintábamos nuestros zapatos con aerosol. Coqueteábamos tanto como pudiéramos, éramos engreídos, críticos y medíamos los meses del año por el número de buenas fiestas que trajeran. Nos maquillábamos, nos rayábamos la piel con marcador y escribíamos consignas extrañas que para nosotros eran incendiarias:

“No te quiero hervir, no te quiero hervir, no te quiero hervir” / “No hay ganas ni siquiera de morir, no hay deseos de escuchar, el tiempo ya se encargará de mí, las manos se me pudren al bailar…"

Definitivamente habíamos leído el manifiesto futurista demasiado.

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En ese entonces a toda esa convulsión adolescente terminamos por llamarla “Angustia Fluorescente”, como bautizando un comportamiento que colectivamente dejábamos salir sin reparo. A la par de todo esto nos tronaban en la cabeza como martillos Joy Division, The Kills y los Yeah Yeah Yeahs, y en español Sumo, Pánico y Triángulo de Amor Bizarro, sin olvidar, por supuesto, el reggaetón, que siempre ha sido y será una exquisita perversión. Incluso hace muchos años hicimos una suerte de canción con ese ritmo, se llamaba “L.A el mercado más play”:

Tantas mierdas buenas que escuchamos esa primera década de los 00’s, que nos tocaron nuevas o usadas, pero que nos aceleraron siempre hasta tirar la gota. Ese fue nuestro sustrato.

Fiesticas de la época.

Podemos decir que todo comenzó el 27 de julio del 2007, cuando Champeta (Andrés Velásquez) fue a un concierto de

La Malas Amistades

, un grupo de artistas plásticos que jugaba a hacer música. La idea de no-músicos haciendo canciones caló fuerte en su cabeza. Además estaba muy en la tónica de lo que empezaba a suceder en el mundo con la gente haciendo discos desde sus cuartos con sus computadores, todo muy DIY. Champi estaba cerca de cumplir 20 años, por lo que sentía que si no pasaba algo en ese momento ya no pasaría nunca.

Poco antes de esto había conocido un parche de chicos con los que había congeniado muy bien en términos estéticos y musicales. Supo que uno de ellos, Ícaro (Ix), tenía una banda, así que lo abordó y le dijo “Hagamos música”, sin contar que decirle eso a Ix era el equivalente a decirle “Hagamos el amor”. Todos estudiaban en la Nacional menos yo, que estaba en la Javeriana, pero me la pasaba en la Nacional porque allí se podía tomar, quemar cosas, inhalar cloruro, fumar en los salones y quedarse a dormir. En ese entonces parchábamos con dos chicas de artes, así que las incluimos desde el principio en nuestras conversaciones y fiestas temáticas.

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Así es que por esos días, Valentina (Tinti) y María, Íx y Champi, se reunieron en una panadería al lado de la universidad para definir cómo se iba a llamar nuestra banda, una que aún no se sabía cómo iba a sonar. Varios nombres rotaron sobre la mesa: Arrancamuelas, Bilis, Sodio, Resina… y así. Por la química y la plasticidad que amábamos, estos dos últimos eran los que más se aproximaban, por lo que la banda estuvo a punto de llamarse Resina y Sodio.

Luego de esto los chicos nos comunicaron su propósito a Sebas (Chevy) y a mí (Archi), y también a Mateo (quien nos abandonó antes de empezar porque era demasiado inteligente como para no dedicarse a estudiar). Estuvimos de acuerdo y decidimos arrancar, y también decidimos que haríamos nuestro primer ensayo en casa de María, en La Calera, y que conseguiríamos los instrumentos que estuvieran a nuestro alcance para iniciar. Ocho días después fue el primer ensayo. Entre los instrumentos que logramos levantarnos estaban una organeta Casio del hermano menor de alguna de las chicas, un bajo de la otra banda de Ix, una guitarra del hermanito de Archi, unas flautas de juguete para Sebas y un hi-hat y un redoblante que nos prestó el entonces esposo de la tía de Champi. Desde el principio tuvimos claro que nunca haríamos covers y que nos dedicaríamos a hacer canciones propias.

Ese día hicimos nuestra primera canción, “Terciopelo líquido”, que decía algo como

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“No me quiero ahogar en terciopelo líquido”

y sonaba más o menos así:

Cabe anotar que ninguno de nosotros había tocado instrumentos musicales antes y que la asignación del papel de cada uno dentro de la banda correspondió a quién había conseguido cuál. Al final del ensayo, hablando acerca del nombre, Valentina dijo: “Resina Lalá”. A todos nos convenció y así quedó. Tras ese primer ensayo en La Calera la banda se mudó al garaje de la casa de Ícaro en Villaluz, donde podíamos hacer todo el ruido que quisiéramos, lidiar con los vecinos y la policia, tanto así que Doña Ligia, abuela de Ix, nunca nos puso problema hasta el día de su muerte, a pesar de los no moderados decibeles con los que hacíamos

nuestras descargas

.

Primeros ensayos.

Pasaron los ensayos y la banda redujo su alineación. Las chicas decidieron abandonarla tras diferencias irreconciliables, pero sobre todo desconocidas, yo pienso que eran demasiados temperamentos peligrosos en un sólo cuarto, más de una vez estuvimos a punto de darnos pata (literalmente). La relación con ellas sufría de un síndrome pasivo-agresivo difícil de sobrellevar. Y en fin. Resina Lalá necesitaba una voz líder y estábamos empecinados en que fuera una chica guapa e igual de agitada a nosotros. Entonces apareció Isabel.

Crip.

Isabel Cristina (Crip) era una llanera estudiante de arquitectura de la Nacional, ya la habíamos visto pasar un par de veces en bicicleta por la facultad, haciendo ruido y llamando la atención, no sólo porque era guapa sino también porque escondía algo salvaje, tenía un ímpetu peculiar. Teníamos dudas sobre ella, era arrogante y no sabíamos si eso nos molestaba o nos gustaba, además no habíamos hablado con ella nunca. Al final terminamos invitándola a un Rock al Parque y ahí, viéndola gritar, decidimos que sería nuestra nueva cantante. La invitamos al siguiente ensayo, le pasamos un papel con la letra de una canción que se llamaba “Humo” y encajó como un puño en la quijada, perfecto. Ya con cantante y sin nada de preparación, por supuesto, estábamos más que listos para nuestro primer toque.

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Primera sesión de fotos de la banda con Crip. Foto tomada por Manuela Illera.

Para la época de Halloween nos levantamos un salón comunal gigante en el centro, en las torres Gonzálo Jiménez de Quesada. Allá hicimos una de nuestras primeras fiestas temáticas: “La Androginoplástica” (también hubo otras memorables como “La Cosmoerótica” y “Cocteléate”). En esta, los participantes debían ir disfrazados de personajes andróginos, rotos, mal maquillados y dispuestos a darse en la cabeza. Llevamos nuestros instrumentos prestados y después de haber tomado la cantidad correcta de alcohol (o sea, de quedar intoxicados), nos subimos a tocar.

Habíamos preparado tres o cuatro canciones, no recuerdo bien, pero no tocamos ninguna. Como la borrachera no nos dejaba coordinar, terminamos haciendo una improvisación larguísima de estruendos, gemidos y volteretas que resultaron en un recital de vómitos. La gente que estuvo ahí muy seguramente recordará eso como el peor toque de sus vidas, pero nosotros lo recordamos como una noche de gloria. De regreso a casa, aún envenenados, decidimos caminar por el centro con instrumentos y batería al hombro. Por supuesto botamos la mitad de la batería.

En ese garaje de Villaluz nació todo en realidad, o por lo menos la magia. Allá compusimos todas las canciones que rodaron por ahí de Resina Lalá ("Chatarra", "Anoche", "Estar de pie", "La Vuelta", "La Killer", "Mi Salto Mortal", "Soxiefilia"), allá nos besamos con todas las chicas que conocimos y nos pasamos la amigdalitis de uno a otro por semanasl. Allá también hicimos un montón de fiestas temáticas. La banda creció siendo muy pequeña y desaliñada hasta que pasó de ser un juego a convertirse en un sueño afanoso. Habíamos escrito más de treinta canciones para ese entonces, todas hits inevitables con nombres finísimos: "Casmodia", "Visura", "Despojo", "Cliché", "Maratón Galáctica", "Clix", "Electroluxer", "No me puedo enderezar", "Lasercanía", "Resolución"… y así.

Foto cartelera de ensayos de la época.

Arrancando 2008 nos inscribimos en una batalla de bandas llamada Bogotá Ciudad Rock que se llevaba a cabo en un garaje de Chapinero, sobre la calle 53 llegando a la 13. Había dizque 60 bandas y fuimos seleccionados para tocar en las finales. Éramos un desastre a los ojos comunes, pero a la luz de los ojos más perspicaces éramos desafiantes. Y ahí estaban muy fijos los de David Pinzón Cadena. Este man fue el primero en ver a través de nosotros, a ojo cerrado creyó en Resina Lalá sin titubear. Era como si nos conociera de antes, como si llevara nuestras banderas hace rato. Él entendió de inmediato nuestra crudeza, nuestra poética y nuestra estética. Él vio entre un montón de bandas grises el fuego que nosotros podíamos encender y siendo jurado intercedió por nosotros esa noche. Nos contó en una carta muy sentida e importante que nos hizo hace muy poco que prácticamente tuvo que convencer a sus colegas del jurado de que éramos los elegidos. Y le creyeron. Resultamos ganando el concurso y haciendo nuestros primeros enemigos en el proceso, porque muchos de los participantes eran estudiantes de música, incluso había profesores que habían conformado bandas para participar. En ese momento supimos que teníamos que seguir a toda costa y demostrar que la música estaba ahí en algún lado para nosotros, pero que además de la música, o mejor del sonido, éramos un compendio de postulados artísticos. Hacer música para nosotros era una cuestión estomacal y no académica, estábamos entrando en un tiempo donde todo iba a cambiar y nos íbamos a permitir muchas desfachateces.